Ni siquiera los muertos están
muertos.
Diseminados sus miembros pero no
inertes,
crispados más bien.
Libres de polvo ¿Quién podrá
sepultarlos?
Están los gritos y también el
relincho y el mugido,
que replican en nosotros
el sofocón ardiente y luminoso que
llega desde el cielo.
Plegarias que a fuerza de silencio
traspasan los límites
y ruedan por el mundo;
a diferencia de las manos
que se han quedado acunando,
y de los puños, que olvidaron la
derrota
y auguran la vida.
Los despojos nos interpelan aún.
Ni siquiera están muertos.